viernes, 1 de noviembre de 2013

UN REY GOLPE A GOLPS CAPITULO 16-1


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"Un rey, golpe a golpe". Cap. 16.1. Fantasmas del pasadoPDFImprimirE-mail
Monarquía Un rey golpe a golpe (Capítulos)
Escrito por Patricia Sverlo   
Olghina de RobilandCorría el año 1986 cuando ciertos fantasmas del pasado vinieron a sitiar al rey nuevamente. La relación amorosa con la condesa italiana Olghina de Robiland ya hacía muchos años que se había acabado, pero este año, al parecer abrumada por problemas económicos, Olghina reapareció. Ahora bien, no fue a ver el monarca, que se sepa, sino a Jaime Peñafiel, ex-director de la revista Hola, reportero especializado en la familia real para viajes oficiales y otros saraos y, en aquellos momentos, que era lo que interesaba a la Robiland, director de La Revista, una nueva publicación que luchaba por hacerse sitio en la prensa del corazón.

Olghina tenía para vender una serie de 47 cartas del monarca escritas de puño y letra, fechadas entre los años 1956 y 1960. Decía que lo importante era que aquellos documentos no se perdieran para la historia, que el pueblo español tenía derecho a conocer una de las facetas más tiernas y encantadoras de su monarca. Según la descripción de Peñafiel, que no fue precisamente piadoso con ella, la condesa ya tenía sesenta años largos y era, a estas alturas de la vida, "poco agraciada fisicamente, de aspecto desaliñado y con una miopía que la obligaba a utilizar gafas como culos de vasos". Le costaba imaginar qué era lo que su rey podía haber visto en ella, pero por las cartas no había ninguna duda. 

Cuando el periodista recibió la oferta, se puso en contacto con Sabino Fernández Campo, que estaba en Oviedo y volvió pitando a Madrid para ver qué contenían aquellas cartas. Sabino y Peñafiel ya habían tenido algunos contactos anteriormente, porque el secretario de la Casa Real se ocupaba personalmente de tratar con los periodistas, sobre todo para negociar qué clase de cosas se podían publicar sobre el rey, y cuáles otras resultaban del todo inconvenientes. Y Sabino, tras leer las cartas, llegó a la conclusión de que aquélla era una de las cosas que no se podían publicar de ninguna manera. Cuando informó a Juan Carlos, que confirmó la autenticidad de los documentos y de la historia que explicaba la condesa, Sabino pidió a Peñafiel que las comprara, pagando lo que pedía, 8 millones. Pero no para publicarlas, sino para hacerlas desaparecer del mapa. Aunque, claro está, esto último no lo debía contar a la condesa. Siempre dispuesto a hacer un servicio a la patria, Peñafiel cerró el trato con la Robiland 24 horas después, en el apartamento del mismo Sabino en el Centro Colón. Pero, naturalmente, el patriotismo de Peñafiel no llegaba al extremo de querer hacerse cargo de los gastos de la operación. El dinero, en fajos de billetes de cinco mil pesetas, los había sido entregado previamente al periodista por Prado y Colón de Carvajal. En cuanto cobró, Olghina se fue a Roma con los dineros en la maleta y Peñafiel envió las cartas a La Zarzuela. Sin embargo, la ex-amante del rey se sintió frustrada porque las cartas no salieron a la luz; así, pues, poco después las volvió a vender (esta vez, las fotocopias que había hecho antes del trato con Peñafiel) a la revista italiana Oggi, que publicó una serie de cuatro capítulos sobre el tema, añadiendo fotografías de la hija que supuestamente había tenido con el entonces príncipe, y hacía constar otros documentos a los que había tenido acceso la revista, como un diario íntimo de Olghina y un cheque firmado por Juan Carlos por una cantidad indeterminada de dinero, aun cuando no especificaba mucho más sobre el asunto. Pero parece que esto no la contentó lo suficiente, y la condesa de Robiland, poco después, en 1991, publicó un libro de memorias, que se tituló Sangue blue, en el que todavía iba un poco más allá con respecto a los detalles de la aventura con "don Juanito". 



Marta y los decretos falsos 

Aparte de las supuestas maniobras, nunca probadas, para impulsar la renuncia de Juan Carlos al trono, aquel año 1992 --de triste recuerdo para la reina-- dejó el nombre propio de Marta Gayá grabado en las páginas impresas de varios medios de comunicación, que por primera vez hablaron de una amante del rey con una tranquilidad inusitada, cosa que provocó otros turbulencias políticas de alcance diverso. Tras 30 años de matrimonio y una lista de amantes a la cual nadie se aventura a poner cifras, el rey perdió la cabeza por la catalana Marta Gayá, reputada decoradora, divorciada de un importante empresario productor de galletas de quien tiene un hijo, alta y esbelta, de ojos verdes, siete años más joven que el rey y residente en la isla de Mallorca todo el año, en un lujoso chalé en La Mola, península para ricos y famosos. Se conocieron en 1990, aproximadamente, y pasaron juntos muchos fines de semana y otros períodos no vacacionales en que el monarca empezó a descuidar las obligaciones familiares e, incluso, las oficiales. En un principio sus encuentros eran protegidos con gran cautela, pero el enganche que tenían el uno por el otro se volvió tan intenso que el secreto duró poco. Sofia fue de las primeras personas en enterarse el viernes 29 de junio de 1990, en una cena que ofrecía el rey, en el Beach Club de Mallorca en honor de Karim Aga Khan y de Alberto de Mónaco, con ocasión de las regatas de la Copa del Rey. Asistían al convite unos 200 comensales, y cuando todos estaban ya sentados, como manda el protocolo, llegaron el rey, la reina y sus invitados ilustres. Pero todavía había una mesa vacía. Cuando estaban casi a los postres, se presentaron descortésmente tarde José Luis de Villalonga, Marta Gayá y el príncipe Tchokotua con su mujer, Marieta Salas. En lugar de enfadarse, el rey se levantó de la silla y fue a saludarles efusivamente, cosa que humilló a la reina. Los presentes comentaron que aquello había de estar previsto, y que era una clase de prueba del amor de Juan Carlos, quizás para hacer más o menos pública la relación con Marta Gayá. Porque no se podía explicar de otro modo la falta de delicadeza que había mostrado con la reina. 

Por cierto, ésta fue la etapa en la que el rey decidió que Villalonga fuera su "biógrafo autorizado", aunque el escritor Baltasar Porcel ya tenía decenas de horas de conversación grabadas con el mismo propósito. El monarca interrumpió inesperadamente las conversaciones en La Zarzuela con Porcel y le pidió las cintas sin demasiadas explicaciones. Pero la aventura con Marta Gayá empezó a ser un problema más tarde. En primer lugar, porque las relaciones del monarca siempre habían sido más breves e intermitentes, y ésta empezaba a durar demasiado. Marta, una profesional seria, una señora respetable, no se prestaba fácilmente a una aventura pasajera. La relación parecía una cosa formal, y podía poner en peligro incluso la estabilidad del matrimonio real en un momento difícil a la edad de Juan Carlos, la cincuentena. Pero, sobre todo, se convirtió en un conflicto serio cuando las escapadas del rey empezaron a tener consecuencias políticas. Las turbulencias se iniciaron gracias a Felipe González, cuando el 18 de junio un periodista de El País le preguntó sí había consultado con el rey el nombramiento del ministro que sustituiría en Asuntos Exteriores a Francisco Fernández Ordóñez, tras la muerte de éste, y el presidente le contestó: "No he podido hacerlo porque el rey no está". Pero no había ningún viaje previsto en la agenda. El País publicó entonces que el monarca estaba en Suiza para someterse a un chequeo rutinario, pero Fernández Campo desmintió la noticia al día siguiente en la radio, y dijo literalmente sobre el viaje: "Bueno, lo que yo creo y lo que se me ha dicho es que está descansando, un pequeño descanso, descanso de montaña que le viene muy bien". La expresión "lo que se me ha dicho" desveló suspicacias de toda clase. Sabino habló por teléfono con el rey para que volviera a España a la mayor brevedad posible. Juan Carlos volvió apresuradamente el sábado 20 de junio por la mañana. Despachó con Felipe González antes del mediodía y comió en privado con el presidente de Sudáfrica, Fredierik De Klerk, que estaba en Madrid de visita oficial. Pero, aunque se perdía la celebración familiar del último aniversario de Don Juan, que cumplía 69 años, por la tarde ya estaba de nuevo en Suiza, en una localidad próxima a Saint-Moritz. La reina fue sola a cenar a la residencia del conde de Barcelona en Puerta de Hierro, y al día siguiente presidió, sustituyendo al monarca, la apertura de la Cumbre Iberoamericana. En suma, el rey fue a Suiza del 15 al 23 de junio, víspera de su santo, que tampoco contó con la tradicional celebración en el Campo del Moro. El rey no estaba por la labor. Ni siquiera fue a la tradicional reunión de la Asociación de la Prensa. Y, encima, el príncipe Felipe tampoco aparecía por ninguna parte. Según la explicación oficial, se estaba entrenando con el equipo olímpico de vela, pese a que otros relacionaban su ausencia con el gran disgusto que le había provocado la ruptura con Isabel Sartorius. 

Y la polémica no se detuvo. Por el contrario, unos cuantos días después El Mundo destacó que, como consecuencia de la escapada, se había incurrido en un presunto delito de falsificación de documento público. En efecto, según el BOE el rey había firmado una ley en Madrid (la sanción real de la ley de creación de la Universidad de La Rioja) el día que estuvo en Suiza (el 18 de junio). "O el lugar es falso, o la fecha es falsa o la firma es falsa", afirmaba El Mundo. Y además advertía que, aunque el rey no está sujeto a responsabilidad según la Constitución, el presunto delito se correspondía, atendiendo al Código Penal, con una pena de entre 6 y 12 años de prisión mayor. El columnista Javier Ortiz daba el golpe de gracia: "Lo mismo va la gente y se cabrea, y le da miedo pensar que tal vez un presidente de la República podría salirle más económico. No sería la primera vez que este país hiciera, por así decirlo, Borbón y cuenta nueva". Cuando parecía que ya todo se había calmado, en agosto la revista francesa Point de Vue publicaba la historia del rey con Marta Gayá. A raíz de lo que había publicado el diario español, Point de Vue había telefoneado a la clínica en la que el rey había estado supuestamente descansando en Suiza y les colgaron el teléfono apresuradamente. Estirando el hilo del secreto que se quería guardar, citaron fuentes próximas al monarca (del personal de La Zarzuela) para hablar, en concreto, de Marta Gayá como explicación del misterio; y también hacían referencia al asunto del príncipe con Sartorius, que "envenena desde hace tres años la atmósfera madrileña". Al día siguiente, lo reproducía El Mundo en una nota de portada, ampliada con más información en el interior. La nueva tormenta política esta vez se centró en la preocupación por descubrir la fuente que había filtrado la historia a la prensa. La cosa se iba enredando, y se citaban y se culpabilizaban unos a otros. 

La primera en publicar algo, muy solapadamente, sobre el amor mallorquín del rey, había sido la revista Tribuna en 1990; el empujón siguiente lo habían dado Felipe González y El País en junio de 1992 y El Mundo se había hecho eco de la polémica; Point de Vue había tirado del hilo, y la historia había rebotado de nuevo en el Mundo, y después otra vez en Tribuna... En medio de todo este lío, y con la mayor rapidez posible, El Mundo eliminó la nota de la primera página en la segunda edición, y también suprimió algunos párrafos de la información del interior, lo que suavizaba y matizaba sus comentarios. Por ejemplo, la referencia de que Point de Vue era "la revista sobre la realeza más prestigiosa de Europa" se convirtió en algo más discreto: "La revista monárquica francesa". Pero Pedro J. Ramírez no se libraría así como así de la responsabilidad. De pronto y por sorpresa, el 19 de agosto, Diario 16 difundió en su portada que el culpable de las filtraciones había sido Mario Conde. Y el rey habló personalmente con el banquero, que dijo que no tenía nada que ver. El rey también telefoneó a su amigo Giovanni Agnelli, presidente de Fiat y máximo accionista del grupo Rizzoli, propietario de la revista Oggi y del 45% del accionariado del Mundo. Y Agnelli habló con el presidente de Rizzoli, y éste con Unidad Editorial, matriz empresarial del diario El Mundo, pidiendo la cabeza de Pedro J.. El director del diario madrileño salvó la piel de milagro, en una comida de conciliación entre Conde y el rey, en la que el mismo Pedro J. llegó cuando estaban a los postres, el 12 de septiembre de 1992. Para que la Casa Real le perdonara, Pedro J. Ramírez, a instancias de Mario Conde, se vio obligado a asegurar que en realidad quien había filtrado la información había sido Sabino Fenández Campo, cosa que después sirvió a Conde para insistir en recomendar al rey que lo cesara del cargo. Conde también pudo evitar que los socios italianos vendieran su paquete de acciones y abandonaran El Mundo. Y todo quedó solucionado, aunque nada se aclaró, porque después, el 24 de septiembre, la revista italiana Oggi todavía volvió a publicar un completo reportaje en el que explicaba otra vez toda la historia de Marta Gayá: "El rey de los juegos olímpicos es sorprendido en fuera de juego". Citaba a Point de Vue y adornaba el texto con numerosos comentarios críticos, sobre un monarca que estaba siendo "poco reflexivo", "menos diligente en sus obligaciones", "tan enamorado que parece un niño", etc. Está claro que la prensa extranjera no se rige por las mismas normas. Aquí, los artículos de El Mundo sobre el rey no aparecieron en el suplemento resumen de los principales temas publicados en los cinco primeros años de vida del diario y, desde luego, la aventura de publicar insensateces sobre el monarca no se repitió nunca jamás. Tribuna, a su vez, sustituyó al director, Julián Lago, por Fernando García Romanillos, que entendió que los temas de la Casa Real no hacían incrementar el número de lectores y, en cambio, le hacían perder publicidad. Y Sabino Fernández Campo salió por la puerta falsa de La Zarzuela muy poco después. 

Historia de un chantaje 

Bárbara Rey, reapareciendo como Olghina de un pasado esta vez no tan lejano, en 1997 protagonizó otro de los episodios más oscuros en la complicada trama de las aventuras amorosas del rey. La historia ya se ha publicado, dividida en diferentes partes, en libros y revistas diversos. Si bien todos los autores, atendiendo a las dificultades de un tema del cual en España sencillamente es mejor no hablar, han preferido no identificar a la vez a los dos protagonistas: o bien se hablaba de "el rey y la vedette ", o bien de "Bárbara Rey y una alta personalidad del Estado". Una precaución que no hace sino poner en evidencia la escasez de libertades en que nos vemos obligados a movernos, y la hipocresía de un poder que establece normas ridículas de censura encubierta que no engañan a nadie. Aun cuando sea vox populi y, sin duda, todos los medios de comunicación dispongan de información sobrada, llena de pruebas y testigos, no por ello se publica. La historia de Bárbara Rey con el monarca comenzó en los primeros tiempos de la Transición. Se hicieron "amigos" por medio de Adolfo Suárez, en una etapa en que la vedette apoyaba al líder de UCD como mejor sabía (pidiendo el voto para la formación política en las campañas electorales). A Juan Carlos siempre le habían gustado las mujeres de rompe y rasga y, al parecer, aparte de sus largas piernas, disfrutaba especialmente de las delicias culinarias que la valenciana le preparaba en la barbacoa de su chalé. La relación había continuado de manera intermitente a lo largo de los años, hasta que un buen día, el mes de junio de 1994, el rey, con frases amables, le hizo saber que la historia había acabado. Pero Bárbara no estaba dispuesta a pasar página tan fácilmente. Para lo cual disponía de todo un arsenal de grabaciones, filmaciones y fotografías obtenidas en varios encuentros. Por alguna razón desconocida, la vedette siempre había tenido la afición de dejar constancia de las conversaciones privadas con sus parejas. En la televisión, una vez (a primeros de marzo del año 2000, en el programa en directo Crónicas Marcianas), ya salió en antena la grabación de una discusión entre ella y su ex-marido, Ángel Cristo, que su hija Sofía puso vía telefónica a los telespectadores. La intención de Sofía Cristo era hacer quedar mal a su padre, que en la cinta, sin que se supiera a santo de qué, insultaba a Bárbara diciéndole a grito pelado que era una puta. Pero consiguió el efecto contrario cuando el domador de tigres en decadencia, presente en el plató, soltó un lastimoso "Si esta señora ha sido capaz de chantajear a uno de los hombres más importantes de nuestro país, cómo no va a tratar de destruir a un pobre y humilde hombre de circo como yo". 

Al parecer, la discreción no es uno de los dones de Juan Carlos, y con su amante hablaba sin tapujos de todos sus problemas, incluyendo aspectos íntimos sobre la reina. Cuando los cómplices de Bárbara Rey en el chantaje que tenía previsto vieron y escucharon algunos ejemplos de lo que tenía grabado, se asustaron de la sangre fría de la vedette. Lo que es verdaderamente preocupante son las conversaciones en las que el monarca había comentado como si nada cuestiones de política nacional y, muy especialmente, algunas frases relativas a los sucesos del golpe de Estado del 23-F. Por otro lado, también había material gráfico abundante. "Algunos recuerdos", según Bárbara, entre los cuales estaban fotos amateurs hechas por su hijo Àngel desde el jardín, mientras la pareja disfrutaba de una paella. Pero además se supo que, desde 1993, asesorada por un proveedor de materiales de espionaje, en su chalé de Boadilla del Monte (Madrid) había montado todo un nido de "vigilancia" que disponía incluso de una camera de vídeo camuflada en las cortinas del dormitorio. Y había hecho copias de los materiales grabados, que tenía repartidas tanto en España como en el extranjero. Según sus cómplices, Ramón Martín Ibáñez entre otros, Bárbara le echó imaginación y se inventó que había recibido un paquete en casa suya, con algunas copias del material gráfico. Lo único que hizo ella, según su versión, fue entrar en contacto con la persona correspondiente, para avisarla del peligro. Martín entraría en escena a continuación encarnando a quien da la cara como supuesto chantajista, para solicitar nada menos que 12.000 millones de pesetas. Pero el montaje no funcionó. Por cómo era de delicado el material del que se trataba, sobre todo en el ámbito político, Palacio, que ya había informado de todo al CESID, encargó el asunto a Manuel Prado y Colón de Carvajal. Y Prado dudó de Bárbara desde el primero momento, convencido de que lo había hecho ella misma. Ante la negativa de Prado de negociar con los chantajistas, la vedette intentó ponerse en contacto directamente con el rey, pero no lo consiguió. Y en los tiras y aflojas del asunto, los cómplices acabaron quedando fuera de la negociación. Todo parecía que entraba en vía de solución gracias a un programa de TVE que arregló el entonces director del Ente, Jordi García Candau, y que hizo volver fugazmente a Bárbara Rey a la fama de la pequeña pantalla. Por otro lado, se le entregó un sobre cerrado con el estipendio mensual (unas fuentes dicen que de un millón de pesetas, otras que más), a lo largo de 1995 y parte de 1996. Pero la preocupación principal de Prado seguía siendo recuperar el material comprometedor. 

El 23 de febrero de 1996 la vedette padeció una extraña enfermedad en medio de la grabación del programa Esto es espectáculo. Le acababan de dar la noticia de que personas no identificadas estaban buscando en casa de sus padres, en Totana (Murcia), las grabaciones. Ya no se fiaban de ninguna manera de su palabra. A partir de entonces todo empezó a ir mal, sobre todo cuando no le renovaron el contrato en televisión. El programa desapareció de la parrilla por falta de audiencia y Bárbara, muy enfadada, empezó ahora a presionar otra vez exigiendo un aumento de la asignación (hasta los dos millones mensuales). Algunas personas, a pesar de los pesares, aseguran que lo que de verdad quería la vedette era volver a estar en la tele, satisfacer su ego; pero los encargados de negociar con ella no lo entendieron así. 

El asunto se complicó sin remedio y en 1997 se puso en marcha la fase más dura del chantaje. Comenzó con dos denuncias presentadas en comisaría por Bárbara Rey (una del 25 de mayo y otra del 1 de junio del mismo año), cuyo motivo era el robo de "tres cintas de cassette, cinco de vídeo y veinte diapositivas", de contenido comprometido para una "alta personalidad". Se endureció poco después con una tercera denuncia (del 13 de junio), en la que se hablaba de amenazas de muerte contra ella y sus hijos, e interpuesta, explícitamente, contra Manuel Prado y Colón de Carvajal. La noticia se difundió primero de manera anónima, escrita en un informe de siete folios que se dio a la prensa, de la cual el Rey dijo no saber nada, aun cuando nunca desmintió ni una palabra del contenido. El documento narraba la historia con toda clase de detalles, e incluía una copia de la última denuncia. La prensa sólo se atrevió a explicarlo entre dientes, pero la Casa Real tuvo que intervenir directamente cuando la misma Bárbara pretendía ir a explicarlo todo en directo al programa Tómbola (líder de audiencia en la televisión valenciana, Telemadrid y Canal Sur). Se le vetó la presencia en el último momento, pero nadie pudo impedir, en primer lugar, que ella cobrara lo que le correspondía por la intervención fallida en el programa; y, en segundo lugar, como consecuencia de lo anterior, que por lo menos se diera a conocer que se había impuesto la censura desde la Casa Real, cosa que ya era bastante grave por sí misma. Después de aquello las cosas finalmente se arreglaron, con una nueva negociación, al parecer esta vez llevada por Fernando Almansa, actual jefe de la Casa Real. En lugar de una asignación mensual, se optó por comprar el material por una única suma, que unas fuentes sitúan en 4 millones de dólares (unos 600 millones de pesetas), y otras en 40. En todo caso, se trataba de una cantidad más que suficiente para que Bárbara no volviera a tener problemas económicos en su vida y pudiera dejar que su asunto con el rey descansara en la paz del silencio y el olvido. Si lo hicieron bien, y no se les escapó ninguna copia escondida en un rincón, esta última operación debe haber cerrado el caso definitivamente... Y nos quedaremos sin escuchar la famosa cinta sobre el 23-F.

En la foto superior Juan Carlos con su primera novia Olghina de Robilant
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AÑADIDO
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Perodista Digital
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Los inmolados del 11-m de la SER
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    ¿100 AÑOS DE HONESTIDAD?

    Restando los 40 de FRANCO© Arturo Álvarez Martínez – 2012

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    Ucronia Catalana y Comunista y de la Izquierda en General

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