miércoles, 10 de agosto de 2016

Las recuperaciones artísticas de Franquito

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Las recuperaciones artísticas de Franquito

La neutralidad de España en la Segunda Guerra Mundial permitió que Franquito rescatara a la Dama de Elche, la Inmaculada de Murillo, las coronas de cinco reyes godos (tesoro de Guarrazar) y el Archivo de Simancas. No puede concluirse que semejante botín fuera el precio al acuerdo de no beligerancia, pero la anomalía del conflicto armado hizo posible un escenario de negociaciones y de concesiones que de otro modo nunca se hubiera materializado.

Son algunas de las conclusiones que pertenecen a una historiadora española de vocación detectivesca. Se llama Lucía Martínez y se ha preocupado de indagar, junto a Cédric Gruat, los pormenores de un acuerdo insólito e histórico entreFranco y el mariscal Pétain.
Insólito porque Francia se avenía a entregar, al "Centinela de Occidente", algunos tesoros legítimamente obtenidos. Histórico porque la flexibilidad de Pétain no hubiera sido la misma sin la neutralidad española. Empezando por la Inmaculada de Murillo, cuyo regreso a España en diciembre de 1940 ocupó la primera página del diario de los diarios desde un enfoque patriótico-triunfalista.

Había una explicación. Tal como razonan Martínez y Gruat en su libro, el propósito del generalísimo-caudillo no consistía tanto en recuperar una obra de Bartolomé Esteban Murillo como traerse un cuadro religioso que representaba a la patrona de la Armada española. De esta manera, Franquito reivindicaba el nacional-catolicismo y le guiñaba un ojo al Ejército, sin olvidar el alarde propagandístico con que el No-Do y la prensa del movimiento vitoreaban haberle camelado a los franceses un tesoro capital del Louvre.

La comisión negociadora debía viajar a París. Formaba parte de ella el director de Bellas Artes, Pérez Bueno, y el pintor barcelonés José María Sert, cuya capacidad de disfrazarse y desdoblarse le sirvieron igualmente para significarse de republicano como para aportar su audacia diplomática a la delegación.

Francia había condecorado a Sert con la Legión de Honor después de la I Guerra Mundial porque hizo de intermediario con los fabricantes catalanes para abastecer de uniformes a la soldadesca transpirenaica. También fue nombrado agregado cultural en la embajada de París durante la II República, pero la destrucción de su obra de la catedral de Vic en 1936, así como el asesinato de su amigo Jaume Serra, canónigo del mismo templo, precipitó la conversión al franquismo,no sin antes haber participado en la operación de salvamento y de evacuación de los tesoros del Prado a Valencia y a Ginebra en plena contienda civil española.

Semejante perfil convertía a Sert en un interlocutor particularmente cualificado, aunque es cierto que Pétain también conocía de sobra a los españoles y sabía tratarlos ("no todos los españoles son Quijotes", farfullaba). De hecho, el futuro mariscal-marioneta de Hitler fue embajador en Madrid en 1939 y supo entonces, aún de manera embrionaria, de las pretensiones del caudillo respecto al tesoro.

Comenzando por la Dama de Elche. ¿Qué hacía el célebre busto íbero en la colección del Louvre? La cuestión queda despejada gracias a la audacia de Pierre Paris, arqueólogo de punta en Francia y protagonista de las negociaciones con la familia del propietario de los terrenos donde apareció el yacimiento en 1897. La sedujo con 4.000 francos en metálico y la abdujo insistiendo en que la Dama de Elche destacaría más en el Louvre que en ningún otro museo, de tal forma que la escultura había sido limpia y legítimamente adquirida.

El Louvre, tan habituado a comportamientos depredadores, devolvía una obra de arte. Peor aún: devolvía una obra debida y recientemente comprada. Y más grave todavía: la compensación española se antojaba exigua.

La contraprestación de Madrid consistió en que el patrimonio español entregaba a París una copia de la Mariana de Austria de Velázquez, un tapiz de Goya (La riña) y el retrato de Antonio de Covarrubias de El Greco, expuesto entonces en Toledo.

Franco podía alardear de haber engatusado y embaucado a Francia. Así se sobreentendía leyendo los periódicos y los cables de la época.

Tanto daño hizo la marcha de la Dama de Elche, de la Inmaculada y de las coronas góticas, amén de otros tesoros arqueológicos, que el Louvre mantuvo en suspenso las relaciones institucionales con España hasta 1965. Veinticinco años antes, los grandes tesoros de la institución parisina habían sido trasladados hasta el Museo Ingres de Montauban (aledaños de Toulouse) para preservarlos de los eventuales bombardeos. Allí se desplazo Pétain el 4 de julio de 1940 en el trasiego de una visita oficial que terminó ubicándolo delante de la Inmaculada de Murillo. Se detuvo delante del cuadro y le llamó la atención la proliferación de angelotes y de angelitos que rodeaban a la Señora. Y exclamó: "Tantos niños para una sola Virgen". No podía sospechar entonces (noviembre de 1940) que iba a contemplar la obra por última vez. Ni que la Inmaculada iba a cambiar de propietario.

Se le conocía como la Inmaculada de Soult, naturalmente en alusión al mariscal francés de Napoleón que expolió el lienzo en 1813, antes de retroceder con la tropa hasta Francia. Estaba alojado en el Hospital de los Venerables de Sevilla y había sido terminado por la mano de Murillo en 1678. El secuestro del cuadro, a diferencia de la Dama de Elche, se atenía a una peripecia delincuente, aunque es cierto que el Louvre la consideraba legítima porque la compró en una subasta internacional tras la muerte de Soult en 1852.

La fecha merece recordarse tanto como los animadores de aquella puja. Se disputaron el cuadro la reina Isabel II de España, el zar Nicolás I de todas las Rusias y Napoleón III, cuya holgura presupuestaria permitió que Francia se adjudicara la obra a cambio de 615.000 francos.

Nunca se había pagado tanto por un cuadro en la historia de Occidente. De hecho, la incorporación de la Inmaculada a las colecciones del Louvre sirvió de excusa para la adquisición de muchas otras obras españolas (Velázquez, Zurbarán) y para la inauguración de un ala específica sobre la pintura concebida al sur de los Pirineos.

Conviene recordarlo para valorar hasta qué extremo había llegado la indignación del museo parisino cuando Franco puso precio a la neutralidad en el conflicto, aunque es cierto que la delegación de Sert también hizo pesar el delito original del mariscal Soult.

Figuraban, también en el acuerdo, el regreso de los Archivos de Simancas. Buena parte de ellos se los había llevado Napoleón con la idea de crear en París el mayor archivo de Occidente, pero el general se apresuró a reclamarlos plenamente consciente de que en ellos se alojaba la memoria de Castilla y el embrión mismo de la España que muy pronto iba a acaudillar.

Para que luego digan que el gallego, "Reserva espiritual de Occidente", no hizo algo bueno.

Tellagorri




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