sábado, 26 de marzo de 2016

MADRID: EL MARQUÉS VIUDO DE PONTEJOS

AQUI PUEDE ESTAR LA CALLE JOSÉ RODRÍGUEZ LOSADA
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LOSADA


Lo de la comunidad y tu artículo de la Plaquita, que yo digo que hubiera sido mejor una pegatina a cada lado de la Puerta de entrada por sol, que la leerían muchas más, personas (puedes escribirlo así).
Donde está sólo los relojeros del mantenimiento y la sra de la limpieza
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José Rodriguez de Losada Conejero

Murió en 1870, pero su obra ya es una pieza fundamental en el paso del tiempo.


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Una pequeña placa, único honor

http://www.lanuevacronica.com/madrid-rinde-homenaje-al-relojero-losada

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29/12/2014

González rinde homenaje a los relojeros de la Puerta del Sol





http://www.madrid.org/cs/Satellite?c=CM_Actualidad_FA&cid=1354398014131&language=es&pagename=ComunidadMadrid%2FEstructura

Lo dice la Comunidad, no fue un homenaje al Relojero Losada si no a los RELOJEROS de la puerta del Sol
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raquel p. vieco -

NO FUE UNA MULTITUD

NO FUERON 4, FUERON 3

¿ES ESO UNA MULTITUD?


Está instalada en la escalera de subida al reloj desde la última planta, no la ve nadie, sólo los relojeros y la señora de la limpieza


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REINICIAR UNA TRADICIÓN CENTENARIA DE AÑOS ¿PORQUE NO?

Inaugurado en 1866 con motivo del cumpleaños de la reina, la Villa de Madrid decidió honrar esas mismas navidades a Losada aprovechando que las campanadas de su nuevo carrillón iban a sonar por primera vez en la Puerta del Sol el último día del año, ocasión que aprovecharon los combatientes licenciados de la Numancia venidos de toda España para reunirse con el relojero al objeto de agradecerle el regalo recibido.

La idea cuajó y se extendió, de manera que cada fin de año la plaza era punto de reunión de marinos licenciados, tanto de la metrópoli como de las colonias, que de esa forma volvían a lucir sus uniformes en dicha fecha dando lugar a una tradición que se mantuvo hasta no hace muchos años.



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José Rodriguez de Losada Conejero

Murió en 1870, pero su obra ya es una pieza fundamental en el paso del tiempo.


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Días pasados se estremeció con un leve temblor la quieta superficie de la más encumbrada alta sociedad. La infanta Elena se separa -o suspende temporalmente la convivencia, que nada hay contra embarullar los términos más simples- de Jaime Marichalar. Un percance privado que tiene el relieve que le otorgan sus protagonistas. Se ha dicho, al principio, que el marido podrá seguir usando el título nobiliario de duque de Lugo, mientras no se produzca otra decisión coercitiva. No hay tal, porque el único duque de Lugo que existe es su mujer, la infanta doña Elena. El título de duquesa no existe en el protocolo, aunque se emplee socialmente para referirse a la esposa del duque. En el caso de don Jaime, ha sido, durante estos años, un simple duque consorte. La referencia geográfica, como mucha gente sabe, se debe a que la apelación a las provincias es privilegio de la Casa del Rey. En todo caso la designación nobiliaria es puramente honorífica, lo que descarta consecuencias sobre terceros -presuntos súbditos- e ignoremos -yo, al menos- el régimen en que se contraen estos matrimonios al día de hoy.

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Los españoles desconocen el propio idioma por una simple razón: pocos se preocupan de enseñarlo

En el reducido mundo de la aristocracia se practica una espontánea jerga identificatoria. Resulta sorprendentemente cursi aludir al caballero mencionado como Jaime Lugo. Entre ellos pueden producirse curiosos trastrueques, aceptados y sin conexión con la identidad civil. En tiempos fui compañero de barra de un hombre sumamente simpático y agradable: José Larios Fernández de Villavicencio, marqués de Larios y de Marzales, conocido por Pepe Lerma, a causa de su matrimonio con la duquesa de Lerma, lo que no ocasionaba perjuicio alguno a nadie. Otra de las suplantaciones en el trato social fue la de José María de Areilza, marqués de Santa Rosa del Río, que prefirió utilizar el de conde de Motrico, de su mujer, aunque fuera de inferior rango e incluso casi 50 años más moderno. Fórmula bastante común.
Donde se echa en falta el manejo de estas precisiones es, precisamente en la casa del herrero, que es el periodismo. Cuanto más avanzamos por el camino de la vida mayor es la inclinación a buscar precedentes y recurrir -quizá por pereza- al mejor o peor nutrido almacén de la experiencia y los recuerdos. Es posible que lo que llamamos cultura personal consista en la capacidad de relacionar unos sucesos con otros, saltándose, a veces, el tiempo a la torera. O que sean simples anticipos de esa muerte anunciada que es el Alzheimer o la imbecilidad del viejo.
Los sucesos que nos brinda la actualidad hacen sonar lejanos ecos, ondas amortiguadas como los más alejados círculos que produce la piedra arrojada en tersas aguas lacustres. Lo que sobresale es la sensación de certeza en una de las felices pintadas que emborronaron los muros de La Sorbona, en aquél mayo del 68, tan sobrevalorado hasta hace poco: "La cultura es como la mermelada: cuanto menos hay más preciso es extenderla". Sin duda se ha incrementado el número de conocimientos que ha de manejar el ser humano, como ha crecido en complicación nuestro entorno.
Con todo, quien pienso que ha salido peor parada es la lengua, tan difícil de unificar y desgajar del latín universal de sus orígenes. Hoy la gran mayoría de los españoles desconoce el propio idioma por una simple razón: pocos se preocupan de enseñarlo. La prosodia, la sintaxis, la ortografía, la filología, la pizca de retórica, han desaparecido abrumadas por la rebelión de los pequeños conceptos. Gente que escribe ha elegido, sin causa aparente, el vocablo "empatía", por el viejo, correcto y definitorio de "simpatía". El primero parece más moderno, más fino, más progre. El segundo quiere decir la inclinación afectiva, espontánea y recíproca hacia distinta persona. Y el otro vale para la identificación mental y afectiva del sujeto con el estado de ánimo de otro.
Un caso curioso de modestia lo tenemos en el callejero de Madrid con la plaza del marqués viudo de Pontejos, dignidad ostentada por un caballero coruñés, don Joaquín Vizcaíno, que casó con la propietaria de dicho título, doña Mariana de Pontejos y Sandoval. Como tantos prohombres que hicieron nuestra capital solo un puñado de eruditos conocen su historia, que es sobresaliente. Tras pasar por un breve exilio, que parecía obligado a todo el mundo, en aquellos años iniciales del siglo XIX, llegó a ser alcalde de Madrid, mandó fabricar un plano coherente de la capital, rotulando sus calles, concluyó el paseo de la Castellana, plantó muchos árboles, empresas en que gastó gran parte de su peculio, algo totalmente incomprensible en nuestros días, y fundó el Monte de Piedad y la Caja de Ahorros de Madrid. ¿Hay quién da más? La esposa murió muy joven y quizás en honor a su memoria, don Joaquín ejerció de marqués viudo hasta el fin de sus días. Un pequeño espacio, detrás de la Puerta del Sol, recuerda su paso.
* Este articulo apareció en la edición impresa del Lunes, 19 de noviembre de 2007


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Un reloj y una batalla

Esta relación especial con la Marina se mantuvo durante años, en los que llegó
a entregar unos 70 cronómetros, y en los cuales Losada fue perfeccionando sus
obras e introduciendo nuevos hallazgos e invenciones, hasta que a raíz de una
grave enfermedad, contraída en 1865, empezó a decaer su capacidad de trabajo,
al mismo tiempo que lo hacían las necesidades de la Marina.
El último encargo, 
un reloj de bolsillo, no procedía de la Marina, sino de los cuerpos
de la 
Armada para regalárselo al almirante Casto Méndez Núñez por la batalla de
El 
Callao. 
Este reloj es una de sus obras mas sobresalientes, y se guarda en el

Museo Naval de Madrid.
Es una saboneta con las tapas realizadas en piedra 
verde sanguínea, que lleva las iniciales de Casto Méndez Núñez en la tapa anterior, hechas con diamantes.
En la tapa posterior, figuran dos anclas 
cruzadas y una corona real encima, formadas por diamantes y rubíes. El reloj posee una cadena de oro con adornos en piedra sanguínea con incrustaciones de diamantes y rubíes, con motivos de tipo naval, como una
boya, una brújula y una trompeta de mando.Reloj regalado al
vicealmirante Méndez
Núñez (Madrid, Museo Naval).

Y a la vez regaló uno más modesto a toda la tripulación.

Y de ese regalo viene la tradición de los marinos vestidos de blanco todas las Noche Viejas, para agradecérselo.

Aunque con el tiempo y sin saber porque se perdió entre la niebla de los tiempos


Inaugurado en 1866 con motivo del cumpleaños de la reina, la Villa
de Madrid decidió honrar esas mismas navidades a Losada aprove-
chando que las campanadas de su nuevo carrillón iban a sonar por
primera vez en la Puerta del Sol el último día del año, ocasión que
aprovecharon los combatientes licenciados de la 
Numancia venidos
de toda España para reunirse con el relojero al objeto de agradecerle
el regalo recibido.

En el Museo Naval de Madrid se exhibe una de estas sabonetas, en
este caso con las tapas en piedra verde sanguínea y un escudo naval
con la corona rematada en rubíes, regalo de Losada al Almirante
Méndez Núñez a su regreso de la batalla naval de El Callao, obsequio
que, en una versión más modesta, el relojero leonés tuvo a bien exten-
der a todos los miembros de la distinguida dotación de la fragata 
Numancia.


La idea cuajó y se extendió, de manera que cada fin de año la plaza
era punto de reunión de marinos licenciados, tanto de la metrópoli
como de las colonias, que de esa forma volvían a lucir sus uniformes
en dicha fecha dando lugar a una tradición que se mantuvo hasta no
hace muchos años.



José Rodríguez de Losada Conejero:

Murió en 1870,
pero su obra
ya es una pieza fundamental
en el paso del tiempo.

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