jueves, 3 de noviembre de 2011

LUIS MARÍA ANSÓN ESCRIBE ASÍ DE BIEN. ¿QUIEN PUDIERA?


  • LUIS MARÍA ANSON
  • 03/11/2011
  • OPINIÓN

  • Trinidad-Melisenda instala al Rey en el ridículo

    NO SE NOMBRA impunemente ministra de Asuntos Exteriores a una persona como Trinidad Jiménez. Zapatero la designó a dedo candidata a las elecciones madrileñas. Tomás Gómez, que es un líder de verdad respaldado por las bases del PSOE de Madrid, plantó cara al presidente, forzó primarias y las ganó. Zapatero, en lugar de bajar la cabeza y reconocer su error, dijo: «¿No queréis caldo? Pues taza y media». Y encumbró a la perdedora en el ministerio de Asuntos Exteriores entre la consternación del cuerpo diplomático y la rechifla de las cancillerías extranjeras.
    Sería gravemente calumnioso no reconocer la tenacidad de Trinidad Jiménez para situar a sus amiguetes y paniaguados en cargos suculentos. Ha demostrado en Asuntos Exteriores una excepcional maestría como agente de colocación. A la pobrecilla, claro, no le ha quedado tiempo para hacer las gestiones necesarias de cara a la Conferencia Iberoamericana. La idea de que como iba el Rey no faltaría nadie era una simpleza. Los éxitos hay que trabajárselos y si Zapatero quería despedirse de los mandatarios iberoamericanos por todo lo alto, como faro de la Alianza de las Civilizaciones y sol rojo que calienta el corazón de los españoles, eso requería gestiones especiales. Como a nadie le interesa ya el presidente español, se debió advertir al Rey del ridículo que le esperaba en Paraguay. No le había sucedido una cosa así a Don Juan Carlos, un papel tan desairado, en los cerca de cuarenta años que lleva en el Trono. Nadie le niega a Trinidad Jiménez su simpatía personal y sus buenas intenciones pero su capacidad política está a años luz de lo que exige una nación como España, décima potencia económica del mundo y, tal vez, la tercera en el ámbito cultural.
    Acudí el lunes al estreno de Peleas y Melisenda -Pelléas et Mélisande-, tras leer la inteligente defensa que Ortega y Gasset hizo de Debussy en su roce con Mendelssohn. Gracias a la sagacidad y la firmeza de Gregorio Marañón, que puso a Gerard Mortier al frente del Real, la tensión y el debate han vuelto a la ópera en Madrid. La escenografía de Peleas y Melisenda me pareció espectacular: contraluces y fondos abstractos, con remembranzas a Rothko, a Miró, a Pollock, amén de una incursión surrealista que hubiera firmado Magritte. Cambreling dirigió sin un fallo la Orquesta del Teatro Real. El texto de la obra y la trama argumental, inspirados en el escritor belga y premio Nobel, por cierto, Maurice Maeterlinck, no pasan de mediocres, a años luz de la fuerza poética de Wagner. La música simbólica a ráfagas, me pareció excelente. La interpretación discreta con una magnífica y sobresaliente Camilla Tilling, que me había deslumbrado en San Francisco de Asís. La soprano sueca tiene la voz con avideces de piel de melocotón. Acaricia y seduce. Cuando pierde su anillo de casada y pregunta a Peleas qué dirá a su marido Golaud, el presunto amante contesta: «La verdad». Melisenda instalará a Golaud en el ridículo y mantendrá la ambigüedad hasta su lecho de muerte.
    Y la verdad de lo que ha ocurrido en Paraguay es la que subrayo en este artículo. Trinidad Jiménez y Zapatero, que quería despedirse a lo grande de sus colegas iberoamericanos, instalaron al Rey, y como consecuencia a España, en el ridículo. Y es que no todo vale. No todo el mundo sirve para todo. Cristina Garmendia y Rosa Aguilar, por ejemplo, son dos excelentes ministras. Trinidad Jiménez no da la talla. Y eso lo saben hasta las ranas del estanque del Retiro.
    Luis María Anson es miembro de la Real Academia Española.

  • ¡QUIA!

  • 03/11/2011
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